Tras un comienzo de semana convulso y desconcertante, afrontamos el fin de semana con una pequeña sonrisa, esa que algunos esbozaron tras conocerse que el final de la prohibición para hacer manifestaciones públicas de Fe había llegado.
El gobierno autonómico andaluz así lo anunciaba, siempre y cuando la incidencia fuese mínima recomendaba que no se organizasen, pero lo cierto es que la prohibición expresa desaparecía del BOJA.
Por el contrario la diócesis de Sevilla lanzó en respuesta un comunicado negando reiteradamente esa opción en los territorios que esta tiene bajo su manto. Ese rayo de luz se perdió en cuestión de horas tras conocerse que la diócesis de Huelva daba luz verde a las tan ansiadas procesiones, viacrucis y traslados, eso si; dejando la última palabra a las alcaldías de cada localidad para que sean estas quienes valoren si se debe o no se debe permitir tal acto público.
Sobre todo este torbellino de idas y venidas competitivas servidor quisiera pronunciarme y no por ello intentar sentar cátedra.
¿Es la iglesia quien debe decidir si se sale o no se sale por la pandemia?
No se nos puede olvidar que lo que nos acaece en estos momentos es un virus, como tal, quienes deberían tener la última palabra son los gobiernos locales con sus expertos en la materia a la cabeza junto con policía local. De nada sirve ir siempre por delante, vendiendo ser responsables cuando la realidad sabemos cual es, las procesiones nunca gustaron en palacio.
Bajo la humilde opinión de quien escribe estas lineas, la iglesia debería echar el paso a un lado, bajarse del burro de una vez y olvidarse de triunfalismos salvadores tomando como ejemplo a Huelva donde con sensatez, han sabido dejar las competencias de gestionar lo que sucede en la calle a quien le corresponde.
Dejen trabajar a hermandades, músicos, arte sacro, floristas y un largo etc de una vez. Que sean otros quienes arrojen esas negativas.
“No queramos ser más papistas que el Papa”
Juan Carlos Salas
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